GENERAL

El jardín de música y canciones que floreció en El Páramo de Pereria

Artículo original de Angel Gómez Giraldo y publicado por EL DIARIO DEL OTÚN

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El poeta Luis Carlos González no murió del corazón como se dijo cuando su vida se apagó en el preciso momento que su patriarcal figura  le daba brillantez al homenaje tardío que le tributaba el gobierno local ese 17 de agosto del año 1985.

No. Murió de una sobredósis  de versos y música.  Así me lo dijo  el día que se me presentó cual fulgurante  aparición mientras caminaba sobre las huellas de sus pasos inspirados  que dejó en el trayecto que hay entre la  que fuera su casa  de la carrera 6a. y El Páramo que sigue emborrachando a las personas que tienen corazón enamorado,  ya no   con aguardiente sino con nostalgia.

Seguramente lo impulsaba la avidez de   encontrar allí la música de los compositores  y las   copa llenas   para sus versos.

Lo vi como alma inquieta. Como queriendo regresar al cielo  al ver que el tiempo y el progreso  se había llevado también la casa que sirvió de sede a El Páramo  que sin embargo resistió 88 años de pie  tal vez porque era más música y corazón que vahareque.

Madrigal
El Páramo fue para Pereria  un madrigal con música donde el amor se podía embriagar de nostalgia y se amanecía sin perder su atractivo y sin que fuera mal visto. Al parecer, desde su aparición en la esquina de la calle 15 con carrera 7a. en el año de 1.917,  esta sencilla  construcción nació sentimental, y para no caer en la depresión le abrió sus puertas a los músicos y cantores locales.

Fue esta esquina de tanta alegría que   hasta vinieron mariachis a vivir de “arrimados” para ofrecer sus serenatas de cumpleaños.

Allí llegó   El Páramo   de a pie porque vino antes que el automóvil, el tren y el  tranvía, máquinas que se conviertieron en símbolos rodantes de la llamada época de oro de Pereira porque fueron años de acelerado progreso para la Perla del Otún.

Su sede, una casona de una sola planta, levantada en vahareque  con techo de teja en barro cocido . Vista desde la otra orilla de la calle parecía una anciana comadrona que descansaba  en posición de cuclillas. El propietario del local,  el viejo Eleázar, fue el primero de la familia Orrego Orrego que le dio la bienvenida al sol pereirano  para que le pusiera  luz natural a su fonda y tienda de abarrotes  en que había convertido la sala de la casa.

En la calle empedrada aún, muchachos de pantalón corto jugando  a ser hombres eran blanco de la mirada del tendero, varón  de noble estampa. La venta de víveres y cerveza atrajo al campesino que llegaba en su caballo, y así hombre y animal fueron los primeros clientes que tuvo el negocio. Luego,  con la aparición asombrosa del  automóvil, el tren y el tranvía rodando por las calles, más un nevado de fondo, la  población fue tan romántica como un cuadro primitivista. Entre todas estas alegrías, Eleázar Orrego Orrego hizo su asunción al cielo.

Se dice que fue  llevado allí por un grupo de ángeles noctámbulos y  trasnochadores, clientes suyos. Esto sucedió en l.937, año en que se inventó otro carro: el del supermercado. Sin embargo el páramo no se descongeló, siguió ahí, en  manos de Jorge Eléazar Orrego Montoya, hijo de Eleázar Orrego Orrego.

Este le agregó algo más al local: la presencia siempre iluminada  de Luis Carlos González y sus versos, vate  al que yo siempre he considerado como el Pablo Neruda de Pereira. Cuentan que entró seguido por los músicos campesinos de la época llamados “merenderos” . Posteriormente lo hicieron más solemnemente los intérpretes del tiple, la guitarra, la bandona y el acordeón.

Con tanta gente, con tanta poesía y con tanto instrumento de cuerda, la tienda de abarrotes dió vía libre al arte musical y  a la bohemia. Luis Carlos

versificaba y los compositores les ponían música para que los duetos y los tríos  cantaran. José Macías , Enrique figueroa  y Fabio Ospina, entre otros,  Hacían allí su rítmico   oficio mientras “ levantaban el codo”. El primero compuso la música de esa canción himno que es para nosotros “La Ruana”, inspiración genial del maestro Luis Carlos González.

Gildardo Betancurt, el rey del requinto del momento, el Trío Caldas, el Cuarteto Pereira, Los Cónsul, y muchas otras agrupaciones musicales  fueron las voces y las cuerdas que “templaron” el clima de El Paramo. En medio del jolgorio Eleázar Orrego Montoya,  hijo, dijo al entrar  el año de 1986 que se iba a darle un vistazo a su papá que ya se encontraba en el cielo y lo vio  tan contento que decidió  quedarse haciéndole compañía.

Entonces Jorge Eliécer Orrego Morales, el varón más gallardo, exponente de la tercera generación de la familia Orrego, heredó las llaves de El Páramo y le dio una segunda casa, la de la   calle 15 Nro. 6 – 5 para que no se acabara el trasnocho pereirano.

La música que   no es  más que arte, acabó con los prejuicios sociales  y fue así como caballeros y damas, rostros pintAdos con la nobleza de las principales familias,  entraron a El  Paramo para sacar con la ebriedad el corazón del pecho  y ponerlo a  llorar sobre las mesas; hasta contó con los candidatos a la presidencia de la república que  por falta de votos se quedaron como eternos aspirantes, presidentes elegidos con votos de difuntos, políticos que ganaron la alcaldía para salir de pobres,  funcionarios municipales y departametales disfrazados  de payaso para ocultar el rostro de la corrupción.

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Que se sienta
Como la música no se hace para que se comprenda sino para que se sienta, de acuerdo a lo dicho por don Miguel de Falla, la antigua Pereira, “trasnochadora y morena”, sintió la música de El Páramo como no la había sentido nunca antes. «El Páramo, porque cuando mi  abuelo abrió el negocio en una Pereira sin arquitectura de altura, con solo lanzar la vista al oriente se veía el copo de nieve, tocado con que en las mañanas de verano se le  presentaba al sol y a la ciudad   el Páramo de Santa Isabel».

Me lo cuenta Jorge Eliécer  Orrego Morales, que está a mí lado pensando en reabrir el negocio que no ha sido cedido a ninguna otra persona porque tristemente cerró sus puertas de manera definitiva  el 12 de agosto del año 2005 y que de haber continudado como centro de diversión, en el 2017  sería centenario.

La despedida fue nostálgica: Esa tarde reunió a los músicos ebrios de licor y amarga trsiteza y con ellos se hizo tomar la foto para el recuerdo. Luego   cantaron una  canción: La última noche,  acompañando al Cuarteto Imperial y los Selleers. El Páramo se hundió en Pereira   con las luces encendidas como se hundió el Titanic en las aguas del Atlántico  una noche del año 1.912.

Llegó Jorge Eliécer Orrego Morales   hasta la sede de esta casa editorial mostrando con orgullo a uno de sus hijos como si fuese el  trofeo de la cuarta generación de la sonora   familia . Se trata de Juan David Orrego Martínez de 30 años de edad, tan apuesto que cuando se pone de pie parece una estatua griega.

Lo observo detenidamente y lo que veo es la reencarnación del Poeta Luis Carlos González: tiene su misma línea espiritual, escribe versos y hace canciones que el mismo interpreta. Arte musical que le vino en los genes,  arte heredado de sus ascendientes  y en cierta forma  del  poeta,   padrino de bautizo de su papá Jorge  Eliécer.

Acerquénsele y  se darán cuenta que este muchacho huele a música de El Páramo. Así se comprueba que somos pasado y  que los genes son imortales.

En esta sencilla casa, esquina de la calle 17 con cara. 7a., surgió el Páramo donde florecieron música y canciones a ritmo de bambuco.

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