GENERAL

CARLOS CASTRO SAAVEDRA

Poeta antioqueño, que recordé hoy mientras estaba grabando uno de mis programas de radio, debido a que algunos de sus poemas fueron musicalizados por el vallecaucano Gustavo Adolfo Renjifo.  Luego, busqué en internet y me encontré un buen artículo que lo retrata, por eso lo comparto, está en la página web de la biblioteca piloto de Medellín. (http://www.bibliotecapiloto.gov.co)

POR LOS CAMINOS DE CARLOS CASTRO SAAVEDRA

Carlos Castro Saavedra es sinónimo de poesía. Todos sus caminos van a dar a ella. Cuando leemos sus piezas de teatro “El trapecista vestido de rojo”, la “Historia de un jaulero” o su novela “Adán Ceniza”, sus textos en prosa “Caminos y montañas”, sobre la minería, “Una victoria y una canción”, sobre la Nacional de Chocolates, “Elogio de los Oficios”, “Cosas elementales” y los desconocidos y maravillosos cuarenta cuentos infantiles con el “Espanto del río Cauca”, “Los zapatos del diablo”, “Cara de gato y cara de perro”, “El mico violinista”, “La niña de trenzas verdes” sabemos que leemos poesía. Sin embargo los personajes son muy nuestros, las circunstancias de todos los días. Entonces, ¿qué pasa? Su visión, la escogencia de las palabras, sus sitios en la frase transforman nuestra forma de ver. Todo es distinto y más allá de toda cosa. Los títulos de sus columnas periodísticas, escritas entre 1943 y 1988, nos indican que, a pesar de hablar de la segunda guerra mundial, del vendedor de frutas, de los albañiles colgados de las fachadas, estamos en este mundo y en otro distinto: “Luminaria”, “Retazos y retozos”, “Lápiz de color”, “Almanaque al revés”, “Desde Antioquia”, “Zona verde”, “El sol trabaja los domingos”, “La voz del viento”, son escritas, no lo dude, por un poeta.
Fue un escritor incansable, autor de 37 libros publicados entre poesía, novela, teatro y prosa y más de 3000 columnas periodísticas en diversos diarios nacionales. Fue un escritor que acumulaba los premios como si no importara, como si no existieran.
Pero ¿cuáles fueron los caminos de Carlos Castro Saavedra?
Carlos Benjamín Castro nació en 1924 en Medellín y falleció en 1989. Su padre fue Comandante de la Policía en Antioquia y estuvieron con su madre, María Saavedra Rengifo, de Ibagué, Tolima, en Quibdó. Nunca olvidaría el Chocó. Fue la región de su infancia, la época en la cual las impresiones no se desvanecen. Son la tierra en la cual se siembra la futura sensibilidad, en la cual despierta la observación de las diferencias sociales, en la cual se unen paraíso y realidad:
El recuerdo que tengo de Quibdo – porque yo viví allí cuando era niño y apenas comenzaba a descubrir el mundo- es húmedo, lluvioso, poético, fluvial. La casa miraba hacia un parque, donde se agolpaban, en los días de sol, polvaredas y animales de oro que se movían con dificultad y respiraban penosamente. La casa estaba encaramada sobre zancos en la orilla del Atrato, como todas sus hermanas, y por los ventanales de atrás podía verse el río a toda hora, ancho y bello, y las canosas que se deslizaban sobre la corriente, cargadas de indios y racimos de plátanos, de negros que se volvían un poco azules entre el cielo y el agua, y de niños desnudos y ventrudos que se balanceaban en las cunas de las balsas y de cuya miseria yo no me daba cuenta entonces, a tal extremo que envidiaba sus reinos, sus pequeñas vidas consteladas de peces, temblorosas de cuerdas, errantes y casi milagrosas. Allí en Quibdó, empezó la poesía, empezó la selva, desde la otra orilla, a habitar mis ojos asombrados y a hechizarme con su misterio y sus densas preguntas silenciosas. Mas con el paso del tiempo y lejos ya de aquellas tierras, comprendí que aquel paraíso, a excepción de su belleza salvaje y sus crepúsculos de oro y azafrán, en realidad no era paraíso, porque estaba habitado por gentes olvidadas, porque allí faltaba el calor de la patria y porque los niños que viajaban por el río se perdían en la noche, como si de pronto se les pusiera grande el color de la piel, sobre la misma piel y se los tragara la oscuridad. (Columna “Zona Verde”, El Tiempo, 1966)
Es el deslumbramiento primero, la visión del pintor que sería Carlos Castro Saavedra. A la distancia de los años, ese texto fue escrito en 1966, el poeta vivía desesperado por la situación de miseria en los pueblos, en las ciudades, sufría con los marginados, los excluidos.
Y fueron llegando el tiempo de los sufrimientos, de las muertes en la familia, del desprendimiento mas no del olvido. Llegamos a conocer bien a su padre. Aparece en textos de “Zona Verde”, el poeta lo mantiene en un lugar de su memoria y se reúne con él a menudo:
Hace varios años que se marchó mi padre y se llevó su piel que era tan suya y muchas otras cosas de su absoluta pertenencia, entre la caja donde lo guardaron y después lo empujaron tierra abajo… Son frecuentes las veces en que lo veo en los espejos, en los ojos de mis hijos, en las paredes encaladas y hasta en el fondo de las copas donde se sirve el vino o no se sirve nada. En el patio lo he visto de rodillas –curioso y místico a la vez – mirando rosas que se abren y que duran abriéndose hasta dos o tres días con sus noches. Hay días que viaja a mi lado en los buses. En cualquier pasajero que junto a mí guarda silencio o silba como un pájaro sin alas y sin plumas, lo reconozco a él, lo mismo que en el hombre que conduce el vehículo y a través de su parabrisas ve más cerca los montes que están lejos y más próximos los semáforos y los sitios con manchas de aceite y gasolina donde termina el viaje, o por lo menos una parte de este. (Columna “Zona Verde”. El Tiempo, 1973).
O lo encontramos en ese soneto “Elegía”:
Amor, amor, con llanto te lo digo: 
Se fue mi padre. Anda por el cielo. 
Se quedaron los niños sin abuelo
 Y los viejos, amada, sin amigo.
Un domingo con lluvia fue testigo: 
Viajando por el barro, por el suelo, 
Llegó mi padre, con su blanco pelo, 
Al país de las rosas y del trigo.
No volverá su voz a los cuarteles, 
Ni su dulce mirada a los manteles, 
Los panes rojos y las copas llenas.
De mi padre no queda casi nada; 
Sólo dolor, la sombra de su espada 
Y la sangre que corre por mis venas
En la casa de infancia nos invita a pasar y es un poco la nuestra porque nos abren la puerta sus palabras:
El encantamiento de la casa era el mismo de la infancia que la habitaba, seguramente, pero de todos modos el comportamiento de aquella vivienda era extraño y maravilloso. Las puertas y ventanas al cerrarse o abrirse, sonaban como violines que se preparaban para participar en un concierto y por las tuberías corría agua dulce, miel de naranjas y guanábanas. Hablaba con el viento en los rincones, respiraba como una persona y cuando llovía sobre sus tejas, éstas sonaban distinto a como suenan todas las tejas que reciben la visita de la lluvia…
Eso fue en la niñez. Hace ya muchos años. … (Columna “Otro amanecer”, El Correo, 1970)
La infancia se aleja y Carlos Castro Saavedra estudia en el Colegio San Ignacio y en el Liceo Antioqueño de Medellín. Fue un alumno agradecido y así nos habla de su maestro:
A don Octavio Harry, desaparecido recientemente y cuando estaba dándose, como siempre se dio, yo lo recuerdo con ternura y la impresión de que camina por regiones desconocidas repartiendo palomas y enseñando a los niños que le salen al paso a leer y a escribir, a crecer sin afán y honradamente y a dibujar figuras geométricas en el polvo de los caminos….
Porque fue don Octavio maestro de verdad, maestro de maestros, discreto y laborioso conductor de estudiantes, quienes también ahora lo recuerdan con gratitud y con respeto, porque las huellas que dejó en sus almas, lo mismo que en sus mentes, prevalecen y representan riquezas del espíritu, del humanismo y la sabiduría…
Conversando con él, con don Octavio, en los últimos años de su vida, pensé calladamente en que este mundo, tan cruel y tan amargo, ya no era su mundo ciertamente y sentí la nostalgia del contraste. De un lado los valores humanos que conservan su condición de tales, y del otro el desmedro de los valores mencionados, la ruina de los mismos inclusive, la victoria de la ordinariez, del becerro de oro, de la avaricia y la codicia, de la pugnacidad y la barbarie, de la polémica y la competencia de la peor especie, entre otras muchas cosas en trance de agonía y descomposición…
La educación fue siempre un tema polémico para Carlos Castro Saavedra. Disentía de una educación que no formara para ser un hombre honrado y cabal porque él mismo lo era:
La educación no es un negocio, en manera alguna, sino un modo de servir al país, de pulir sus costumbres y de aumentar sus riquezas espirituales.
Todos podemos y debemos educar, en una y otra forma: el maestro con sus lecciones diarias, el profesor con sus conferencias, el albañil con su plomada y el lustrabotas con el brillo que saca a los zapatos.
Sin el fundamento de la educación es imposible rehacer un país, devolver la esperanza a sus habitantes y lograr la unidad de los mismos en torno a los grandes ideales.
La educación que de verdad educa y fortalece el espíritu, no es la rutinaria y convencional que todos conocemos, sino la que se confunde con la vida misma y permite a los hombres recobrar su condición de tales y su sonido universal
( Cartilla popular, 1970).
A los 19 años Carlos Castro Saavedra ya era poeta. Sabemos que escribía en el periódico del Liceo pero no nos quedó ningún poema. Sólo el recuerdo de uno sobre el mar y que no consideraba tan bueno. A los 20 años, el poema “Guerra” le fue publicado en una revista universitaria y atrajo la atención de Pablo Neruda, de paso por Medellín, alojado en casa del poeta Ciro Mendía. Neruda quiso conocer al joven escritor y de ahí nació una amistad que duraría toda la vida.
El título de ese poema nos orienta sobre lo que fue su poesía desde el principio, también los de sus publicaciones a partir de 1946. “Fusiles y Luceros”, “Camino de la patria”, en 1951, “Hojas de la patria”, en 1952, “ Música en la calle”, en 1952, “Despierta, joven América”, en 1953. Es preciso poner en el contexto de la época la violencia que se vivió en el país en la época de Carlos Castro Saavedra. Y sin embargo, encontramos el mismo dolor, los mismos reclamos que ahora:
Convocatoria
Escucha, compatriota, colombiano:
Colombia está cansada de sufrir,
Y sueña con volver a sonreír
En medio de la luz y del verano.
Dale tu corazón, dale tu mano
Para que pueda del dolor salir
A buscar el futuro, el porvenir,
La paz del monte y el amor del llano.
Entre todos hagamos la esperanza,
El principio del día, la confianza
De Colombia en sus dioses tutelares,
Para que al fin la patria resucite
Y sienta que su cielo se repite
En sus ríos azules y mares
Oda a Colombia (1987)
La situación de los marginados, tanto en ciudades como en el campo lo indigna y en el mismo libro “Oda a Colombia”, escribió ese poema: “Los indígenas”:
Los indígenas de mi patria
No parece que fueran de ella,
Sino del limbo, de la noche,
De la injusticia y la miseria.
Viven oscuros, marginados,
Como perdidos en la niebla,
Y sueñan cántaros vacíos
Bajo la lluvia y la tormenta.
Desdibujados compatriotas
En la mañana cenicienta,
Y los tambos donde la vida
Es una página desierta.
Hay que sacarlos del olvido
En forma dulce, en forma honesta,
Y devolverles la camisa
Que les robaron en la fiesta.
Ellos son parte de Colombia,
Parte del trigo y de la tierra,
Y ya están viejos de esperar
Restituciones y respuestas.

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Pienso que la poesía colombiana despierta de un letargo adorable pero mortal, y este despertar es como un escalofrío y se llama Carlos Castro Saavedra.
Su poesía recorre de arriba abajo a su patria, es poesía de aire y de espesura, es poesía con lo que le faltaba a los colombianos, porque allí existió siempre el riguroso mármol y el pétalo celeste, pero no estaba entre los materiales el pueblo, sus banderas, su sangre.
Sí, la patria perdura a lo largo de su obra, es dolor y esperanza a la vez. Nos invita a soñar en “El sol trabaja los domingos” (1972):
Así es la patria, amigos, que yo sueño
Con mi frente en las manos apoyada:
Hasta la cima de los montes verde
Y hasta el mar florecida y trabajada
por hombres con aspecto de azadón
y por mujeres con rumor de azada.
Patria de las faenas industriales
Y de la piel activa y acerada
Que podría llamarse, en vez de patria
Perpetuo amanecer o madrugada. ………
Patria del pan, del pueblo, de la pluma
Por el ala y el vuelo libertada.
Patria en el aire – rosa sin espinas-
Por el aire y el hombre respirada.
Y finalmente patria que comienza
Donde acaba el poema su jornada.
Intimamente relacionada con esa patria en guerra, el anhelo de paz:
Definiciones de la paz
La paz es la madera trabajada sin miedo
En la carpintería y en el aserradero.
Es el negro que nunca se siente amenazado
Por un hermano blanco, o por un día claro.
Es el pan de los unos y de los otros también,
Y el derecho a ganarlo y a comerlo después.
Es la casa espaciosa, mundial, comunitaria,
Para alojar el cuerpo y refugiar el alma.
Es el camino lleno de pasos y de viajes
Hacia los horizontes que desbordan las aves.
Es el hombre que puede cultivar esperanzas
Y alcanzar las estrellas más dulces y más altas.
Es la patria sin límites, la patria universal
Y la gran convivencia con la tierra y el mar.
Es el sueño soñado sin sed y sin zozobras,
Las alegrías largas y las tristezas cortas.
Es Colombia sin tiros ni muertos en la espalda,
Cultivando sus montes y escribiendo una carta.
Es Colombia de barro, Colombia y mucho más:
Todo el mundo colmado de luz y de libertad.
(Oda a Colombia, 1987)
No solamente canta a su patria, canta a sus héroes, canto épico de otros tiempos cuando la historia era clara y se luchaba por ideales. Lentos recordatorios a Sucre, a Bolívar, a José Antonio Galán, y más cercano a José Alvear su amigo y guerrillero. Historia cantada a la usanza antigua como se evoca a antiguos amigos. Parecían vivir en la misma época que sus amigos como Héctor Abad Gómez a quien lloraron Manuel Mejía Vallejo en “Conciencia moral” y Carlos Castro Saavedra en “Carta para Héctor”
Ya se acabó tu risa,
Pero en la sombra queda tu boca dibujada,
Y tu savia de árbol y campana
Al mismo tiempo viva y enterrada.
Te estoy viendo caer pero hacia arriba
Hacia la luz, hacia la madrugada,
  Con tu ternura, con un traje dulce 
Y una corbata enamorada.
Buen amigo de todos,
Buen compañero de la gente honrada,
De las rosas, del pan y la batalla
A cada instante nueva y empezada…
Te recuerdo en tu casa y en la mía
Escuchando la música dorada
Que brota de la luz y de la estrella
Que parece perdida y encontrada…
Aquí sigue la vida como ayer,
Pero es más inminente la alborada
Porque a menudo cruza por el cielo
Una inmensa paloma colorada.
Y no más compañero,
No más lluvia llorosa y enlutada,
Sino el verano, el fuego de tus ojos
Destronando la sombra destronada.
Carlos Castro Saavedra, hombre de amistades duraderas: Manuel Mejía Vallejo, el compañero de ruta, padrino de su hija Gloria Inés, de Rodrigo Arenas Betancur, en Bogotá, en recitales increíbles en los cuales se le preguntaba si ya había hecho su primera comunión, con un sombrero que le quedaba a su padre pero que le sobraba a él, en esa época en la cual Bogotá debía dar su fallo y su bendición. Era la época que llamaría “de Quijotes”
Todos éramos soñadores.
Todos amábamos la poesía
Y los amores imposibles.
Por la noche andábamos sin rumbo,
Hechizados por los astros,
Y regresábamos al hogar
Como de un sueño hermoso y largo.
Todos teníamos un reino
Cerca del cielo azul y blanco,
Todos queríamos llegar primero
Y tendíamos la mirada Como un ala sobre el espacio.
Y fecundábamos la tierra por donde íbamos pasando.
Todos decíamos canciones
Y llorábamos de entusiasmo.
Todos teníamos el alma A flor de labios y de párpado.
Veíamos caer la tarde
Y prometíamos no frustranos.
Con el fuego de las estrellas
Santificábamos el pacto.
Pero han corrido los años
Y ya empezamos a ser tristes
Y a renunciar calladamente A nuestro reino imaginario.
A veces alguien se retrasa,
A veces se oye que alguien llora
En la llanura solitaria….
El tiempo vuela y somos pocos
Los que seguimos soñando.
¿Hasta dónde, hasta cuándo?
Todos los otros han caído
Y de sus sueños sólo queda
Un gran dolor que por inválido
Nadie se atreve a confesarlo.
Poemas a su generación, a otros poetas como Miguel Hernández y Pablo Neruda, León Felipe, Walt Whitman, Paul Eluard, notas periodísticas sobre pintores como Obregón, Guayasamín, el que pintaba como se canta con animales inocentes de grandes ojos que los niños del taller de la Fundación Carlos Castro repetían, sin asombro, en sus hojas blancas. Eran niños también los animales pintados, sin perspectiva, así como se nace en el campo, de mirada triste. Los colores eran vivos, alegres y daban ganas de bailar. Así los animales pintados se divertían también. Los niños fueron la prolongación de la infancia de Carlos Castro Saavedra. Les dedicó poemas, “ Canciones infantiles”, “El libro de los niños”, “Matrimonio de gatos”, “Los niños”. Uno fue para su hija Gloria Inés:
Gloria se llama la reina
De la casa donde vivo.
Gloria Inés de las palomas
Y de las canciones que escribo.
Poemas –textos sobre el himno nacional, los nuevos mandamientos, el sueño del maestro, las cometas, los trabajos manuales.
Poema sobre los caballitos de mar que encantaban a los pequeños del taller: “Los dos caballos”.
Un día dos caballos,
Cansados de viajar
Se quedaron dormidos a la orilla del mar.
Carlos Castro Saavedra, el hombre que soñó con el mar:
Si vendieran el mar lo compraría,
Así fuera con plata imaginada,
Y en mi casa y en casa de mi amada
Como un perro espumoso lo tendría
(Jugando con el gato, 1986)
Un ecologista antes de la palabra porque como los indígenas, nuestros primeros habitantes, lo que se nos ha sido entregado se debe cuidar y su imaginación transforma las flores, los ríos, los bosques:
Los bosques de Colombia no son bosques
Sino esmeraldas grandes y mojadas
Por la lluvia y el aire,
Por la saliva de los pájaros
Y el sudor de las anacondas.
No son bosques sino navíos
Llenos de papagayos y maderas redondas,
De mariposas y caballos verdes
Que relinchan en medio de las sombras.
Un hombre que es el maestro que hubiera querido tener, el de la cercanía de los oficios, de la vida cotidiana en palabras simples, tan adentro de nuestro quehacer de todos los días. “Elogio de los oficios” con los alargados y tristes dibujos del nadaísta Malgrem Restrepo, nos cuenta la belleza del trabajo del sastre, del albañil, de la secretaria, del oficinista, del lustrabotas, del pescador. A los niños les cuenta de “Los pequeños agricultores”:
Hay niños que aman los sembrados. Niños que cuando van al campo, con sus maestros y sus compañeros de escuela, se detienen a mirar las hojas y las flores. Una flor para ellos, es como un pajarito perfumado que sale de la tierra y abre sus alas, sobre una rama verde, hasta que se marchita y a la tierra regresa.
O de los obreros:
Hay que amar y respetar a los obreros, porque ellos trabajan diariamente, en los talleres y las fábricas, en las minas y las carpinterías, para dar a la vida el color del verano y hacerla más hermosa y hablitable.
Los obreros construyen a Colombia y multiplican los caminos del mundo: cepillan la madera y la vuelven brillante como los espejos y las estrellas. (El libro de los niños) No podríamos terminar esa breve introducción a la obra de Carlos Castro Saavedra sin mencionar el amor. Amor que se confunde con el de la tierra, de su patria Colombia. ¿Entonces qué era el amor?
Un deseo constante de alegría,
Una urgencia perenne de lamento
Y el corazón, campana sobre el viento,
Estrenando badajos de alegría.
Morir mil veces en un solo día
Y otras tantas quemar el pensamiento
En la resurrección, que es el tormento
De pensar en la próxima alegría.
Y en una alegre canción, con son de baile:
Un pedacito de tierra
Quiero para ser feliz,
Un sábado de mazorcas
Y un domingo de maíz.
Un pedacito de tierra
Con cintura de mujer,
Que se deje trabajar
Y que se deje querer.
Un pedacito de tierra
Que labre mi corazón
Con un sonido de pala
Y su golpe de azadón.
Pero el amor más grande fue él que le tuvo a su esposa, doña Inés, que inspiró “Sonetos del amor y de la muerte”, “Los ríos navegados” y miles más. Le dio la seguridad de un hogar, el afecto, los hijos que quiso intensamente:
Inés digo y mi boca se convierte en azúcar
De manzana partida por la luz del verano.
Decir esta palabra es como adivinar
Que está cantando un pájaro en un árbol lejano.
(Fusiles y Luceros, 1946)
Esos fueron algunos caminos de Carlos Castro Saavedra, poeta nuestro.
Palacio de la Cultura, Homenaje a Carlos Castro Saavedra. Noviembre 21 de 2001


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