LUIS A CALVO, LA MÚSICA Y EL DOLOR
Luis A. Calvo, nació en Gámbita, Santander, agosto 28 de 1882 y falleció en Agua de Dios, abril 22 de 1945.
Calvo llegó a Bogotá en 1905 en busca de una educación musical formal en la Academia Nacional de Música junto a los profesores Rafael Vásquez Flórez y Guillermo Uribe Holguín. Allí estudió una gran variedad de instrumentos, entre ellos el violonchelo, y llegó a desempeñarse como instrumentista de la orquesta de la Academia. Su experiencia musical anterior había sido intensa, pero limitada: ejecutante de bombo, platillo, bombardino y violín en Tunja y pistón en la Segunda Banda del Ejército en Bogotá. Para Calvo la música fue su vocación, carrera y profesión. Junto a Pedro Morales Pino y su célebre Lira, cultivó la música popular andina. El ímpetu de su carrera en Bogotá se vio frenado por el contagio de la lepra en 1916 y su retiro hacia Agua de Dios, la Ciudad Martirio.
El mayor logro musical de Calvo se da en el terreno de lo pianístico, si bien no se puede desestimar su interés por la canción y tampoco se pueden ignorar los logros pianísticos de sus contemporáneos. Sin embargo, hacer referencia a dos de sus obras, Malvaloca y Lejano azul, es para muchos mencionar auténticos paradigmas de la música para piano en Colombia. El atractivo indiscutible del repertorio de Calvo es el del impacto afectivo de su fértil imaginación melódica y la exitosa amalgama que acusan sus creaciones entre lo popular y lo elaborado.
El viacrucis de Calvo comenzó en los primeros días de enero de 1916, cuando su médico personal, el doctor Tirado Macías, confirmó las sospechas: Aquellas ojeras que enturbiaban su semblante y el dolor constante en los huesos no eran otros que los síntomas del mal de “Hansen”, una enfermedad de las más temibles. Sí, el joven compositor con sus apenas 31 años, tenía lepra.
En seguida la noticia se propagó como la peste por toda Bogotá: En menos de nada, en aquella ciudad de apenas 120.000 almas, su infortunio se convirtió en la historia más consentida por todas las bocas. Si bien era tema en las chicherías de los artesanos en las Aguas, también los caballeros de levita del Jóquey Club la cuchicheaban en sus tertulias. El chisme llegó incluso a oídos de la cantante soprano Filomena Boisgontier, una dama europea que gozaba de las atenciones de Luis y a la que el maestro había prometido una danza. Cuenta Sofía Sánchez, especialista en la obra de Calvo, que el mismo día en que el artista entregaría la composición a su pretendiente, fue interrumpido por el mensajero del doctor Tirado que le entregó los resultados de los exámenes confirmando que tenía la enfermedad. Luis guardo la partitura en su bolsillo y Filomena regresó a su España natal con las manos vacías.
Días después el compositor fue notificado con una orden de la municipalidad que le exigía abandonar cuanto antes la ciudad para dirigirse al Leprosorio de Agua de Dios, donde tendría que someterse a un aislamiento perpetuo al lado de los otros enfermos. Aquel pueblo para leprosos, enclavado en un ambiente boscoso a unos minutos del municipio de Girardot en Cundinamarca, estaba cercado con 8km de alambres de púas, vigilado por la policía y no se permitía la salida a ninguno de los afectados por el mal. Parece increíble, pero décadas antes del holocausto judío perpetrado por Hitler, Colombia tenía su propio campo de concentración.
Fueron días difíciles, en menos de dos meses el maestro tuvo que despedirse de todo lo que significaba algo para él. Nunca más volverían esas veladas memorables en las haciendas de Bosque Izquierdo, por entonces el sector más notable de Bogotá, cuando tocaba el violonchelo y las damas capitalinas revoloteaban a su alrededor como polillas atraídas por la luz. Y su mesa predilecta del café La Gran Vía en la esquina de la calle 17 con séptima, donde solía despachar las tardes apilando colillas en los ceniceros, sería ocupada por otro, quizá también como él empeñado en alguna creación inmortal.
El 28 de abril de 1916, la Unión Musical, asociación creada por el director musical Daniel Zamudio, ante la inminente partida del compositor, decidió organizarle un concierto de despedida en el Teatro Colón. En primera fila se sentaron sus amigos más cercanos: el “tiplista” Humberto Correal, compañero de rondas en los piqueteaderos de chapinero, el compositor Guillermo Uribe Holguín, que había sido su maestro y mecenas a su llegada a la capital, y la señorita María Luisa Peña, una de sus alumnas de piano, que como era costumbre en la élite capitalina tomaba clases con Calvo en aras de convertirse en una mujer integral.
El genio romántico de Calvo radica en la facilidad con que produce una melodía tras otra en los contextos rítmicos más disímiles. Cada obra es un poema musical secretamente personalizado. Las piezas para piano de Calvo no son descriptivas, sino evocadoras. No hablan de eventos, sino de sentimientos, y de la manera más directa. La vida de Calvo no se divorcia fácilmente de su obra. Conoció la tragedia, el destierro y el desprecio social. El número total de composiciones de Calvo es de más de 160. Las piezas para piano son en su conjunto refinadas y elegantes; las danzas, delicadas; los pasillos, ingeniosos; los intemezzi, sugestivos y los valses, encantadores. Obras pensadas para una sociedad idealizada, a la cual no le era permitido pertenecer. A ella dedicó su vida.
Artículo realizado con información de publicaciones de Revista Credencial y Revista-Nova-Et-Vetera de la Universidad del Rosario.