GENERAL

PEDRO MORALES PINO

Músico vallecaucano (Cartago, febrero 22 de 1863 – Bogotá, marzo 4 de 1926). Hijo de José Morales y Bárbara Pino, el maestro Pedro Morales Pino viajó por primera vez a Bogotá en 1877. Según José Ignacio Perdomo Escobar, «era tan notable músico como pintor […] Estudió en Bogotá en la Academia Nacional de Música con don Julio Quevedo. Después de poseer sólidos conocimientos musicales, se entregó de lleno al cultivo de la música típica, arrebató de las manos rústicas de los promeseros el tiple y la bandola, para transformarlos en instrumentos aptos para reproducir todos los sentimientos y cultivar esos ritmos errantes y dispersos con la técnica depurada de un arte verdadero». En 1897 organizó la Lira Colombiana, agrupación que llegó a contar con 16 integrantes y de la cual era director y primera bandola. Esta estudiantina tuvo varias etapas, en 1899 la integraban Carlos Wordsworthy, Blas Forero, Gregorio Silva, Carlos Escamilla (el popular “Ciego”), Isaías Rodríguez, José Vicente Martínez, Silvestre Cepeda y Julio Valencia. Con ella, el maestro Morales Pino recorrió varias ciudades del país; en Medellín, sentó las bases para la legendaria Lira Antioqueña. Luego pasó a Panamá, San Salvador, Guatemala y, más tarde, a Estados Unidos; según datos de Jorge Añez, la Lira Colombiana fue la segunda agrupación que salió de Colombia en misión artística. En Guatemala, el maestro Morales Pino contrajo matrimonio con la señora Francisca Llerena, notable pianista. En Estados Unidos alcanzó grandes éxitos; “Colombians made a Hit”, decía el título de una nota aparecida en el Buffalo Evening News. Durante esta gira el grupo se fue diezmando poco a poco por diferentes circunstancias, hasta que en 1908 se extinguió.

El maestro Morales Pino fue un ejecutante de rara habilidad tanto en la bandola como en la guitarra, instrumentos para los que escribió sendos métodos. Además, a él se debe el perfeccionamiento de la bandola; agregó a los cinco órdenes de cuerdas (sol, re, la, mi, si) una sexta cuerda (con la nota fa sostenido), con lo cual hizo más completo este instrumento. Morales Pino fue un músico innato, por temperamento y por disciplina; se consagró íntegramente a su profesión con fe, desinterés y abnegación. Su aporte a la música colombiana es esencial, pues a la tradición oral que existía hasta 1890, le sumó lo más importante para su desarrollo y universalización: la escritura. A cada ritmo le marcó su estructura precisa que, por lo perfecta, fue acatada por todos los compositores en los años siguientes. Así, uno de sus aportes fundamentales fue haber llevado el aire del bambuco al pentagrama. Por otra parte, la historia de la música colombiana no registra otra persona que haya divulgado en forma tan amplia y original nuestra música, en una época marcada por la limitación de los medios de comunicación. Sus varias excursiones artísticas por el país y por América Central y Estados Unidos a principios del siglo XX, y por Suramérica años más tarde, son muestra fehaciente de ello. Músico y pedagogo, cuentan que, antes de iniciar sus ensayos, el maestro Morales Pino dictaba toda una cátedra sobre el origen, las modalidades, la estructura y desempeño instrumental de cada obra, logrando con esto que sus alumnos se compenetraran cabalmente para lograr una perfecta ejecución. Su semilla, el reflejo de su sapiencia y entrañable amor por la cultura nacional, quedó sembrada en una lujosa nómina de discípulos: Ricardo Acevedo Bernal, Emilio Murillo, Fulgenio García, Carlos Escamilla, Luis A. Calvo, Alejandro Wills, Max y Pedro Concha, Jorge Rubiano y los Romero.

La copiosa producción musical del maestro Pedro Morales Pino, que puede llegar al centenar de composiciones, especialmente instrumentales, comenzó hacia 1890, con intermezzos, valses, danzas, pasillos, gavotas, bambucos y otros. Entre sus piezas más conocidas están: los pasillos “Joyeles”, “Reflejos”, “Lejanía”, “Pierrot”, “Confidencias”, “Intimo” y “Una vez”; los bambucos “El Fusagasugueño” y “Cuatro preguntas”, que se toma como modelo del género, como bambuco-tipo; y los valses “Ana Elisa”, “Mar y cielo”, “Voces de la selva” y “Los lunares”. Entre sus obras para orquesta se destacan “La fantasía” (sobre dos temas nacionales colombianos), la “Suite Patria” y el intermezzo “Brisas de los Andes”. También sobresalen los bambucos “Trigueña” e “Ingrata”, con letra y música de su autoría. Después de vivir un tiempo en Guatemala, el maestro Morales Pino regresó a Bogotá en 1912 y fundó su segunda Lira Colombiana, con Luis A. Calvo, Carlos Escamilla, Manuel Salazar, Blas Forero, Ignacio Afanador, José María Forero, Andrés Avelino Montañez, Luis María Pinto y Jorge Añez. Por esta época compuso las danzas “Divagación” y “Onda fugaz”, con letra del poeta Carlos Villafañe. En 1916 murió su esposa, razón por la cual regresó a Guatemala en busca de recuerdos. Cuando lograba recuperarse, ocurrió el terremoto de Guatemala en 1917, y decidió regresar a Bogotá. En la capital realizó algunas actuaciones y después una gira por Suramérica. Como su salud se fue deteriorando, dedicó su tiempo a dibujar retratos al crayón (que había sido una de sus primeras actividades) con gran habilidad. Debido a las dificultades económicas que lo acosaban, tuvo que pignorar sus valiosas condecoraciones, recibidas de distintos gobiernos en sus giras internacionales. Enfermó de gravedad, y sus hijos Alicia, Rebeca, Raquel y Augusto, por carencia de recursos, se vieron obligados a llevarlo a la sala de caridad del Hospital San José. De allí lo sacaron Ricardo Acevedo Bernal y el fotógrafo Juan N. Gómez, tan pronto supieron la noticia. Tres días después, el 4 de marzo de 1926, falleció rodeado tan sólo de sus hijos y un puñado de fieles amigos.

WILLIAM ATEHORTÚA ALMANYA

Bibliografía

AÑEZ, JORGE. Canciones y Recuerdos. Bogotá, Imprenta Nacional, 1951. PERDOMO ESCOBAR, JOSE IGNACIO. Historia de la música en Colombia. 5a ed. Bogotá, Plaza & Janés, 1980.

Esta biografía fue tomada de la Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores, tomo de biografías.

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